En el seglo IV: la Cuaresma, la Semana Santa, la Ascensión y Pentecostés

314 al Segle IV

El siglo IV, cuando el emperador Constantino promulga su edicto dando libertad a la Iglesia y cerrando así la época de las persecuciones, será el momento a partir del cual el año litúrgico se irá desarrollando de manera definitiva.

Será entonces cuando se introducirá un tiempo de preparación penitencial y de conversión para poder celebrar adecuadamente la Pascua: un tiempo que primero varía de duración según los lugares, pero que finalmente, tomando como modelo los días que Jesús estuvo en el desierto preparándose para su misión, queda fijado en cuarenta días: es el tiempo de Cuaresma, que empieza el primer domingo de Cuaresma y acaba el Jueves Santo, a punto para empezar la celebración de la muerte y resurrección de Jesús. El número 40 expresa, en la simbología judía, un tiempo largo. Este tiempo de preparación para todos los cristianos tendrá un valor especial para todos los que se preparaban para el Bautismo: la Cuaresma será, efectivamente, el tiempo de preparación inmediata para el Bautismo que habían de recibir en la Vigilia Pascual. Esto hará que, para los ya bautizados, la Cuaresma adquiera también un tono de renovación del propio Bautismo, que se expresará con la renovación de las promesas bautismales la noche de Pascua. Y también, finalmente, será la Cuaresma el tiempo en el que los pecadores que habían cumplido su tiempo de penitencia se preparaban para ser reconciliados y reincorporados a la comunidad. (Después, en el siglo VI, como los domingos no eran días penitenciales y se querían asegurar cuarenta días exactos de penitencia, se avanzará el inicio de la Cuaresma al miércoles anterior al primer domingo, y así nacerá el Miércoles de Ceniza).

También será en el siglo IV que la Semana Santa adquirirá la forma que tiene actualmente. Y será en Jerusalén donde se iniciarán las celebraciones que ahora conocemos del Viernes Santo, Jueves Santo y Domingo de Ramos. En efecto, los cristianos de Jerusalén, que tenían tan cerca de casa los lugares donde ocurrieron los últimos acontecimientos de la vida de Jesús, empezaron a recorrer en procesión aquellos lugares: el Calvario, el Cenáculo, el Monte de los Olivos… Y en cada lugar recordaban lo que allí había pasado, leían los relatos evangélicos de aquellos hechos, leían también las profecías que los evocaban, y oraban juntos. Y de Jerusalén, estas costumbres celebrativas se fueron extendiendo por toda la Iglesia. Sin embargo, en el caso del Domingo de Ramos, se unieron dos tradiciones: por una parte, la tradición de la procesión de los ramos que se hacía en Jerusalén, y por otra, la costumbre que se había iniciado en Roma de leer la pasión el domingo anterior a Pascua; de la unión de estas dos tradiciones surgió la celebración tal como la tenemos ahora.

Otra incorporación litúrgica del siglo IV fue la de las celebraciones de la Ascensión del Señor y de Pentecostés como conclusión del tiempo de Pascua. Ya hemos dicho antes que, al principio, cuando se forma el tiempo de Pascua durante el siglo II, el último día, el quincuagésimo, recibe el nombre de Pentecostés pero no se celebra la venida del Espíritu sino solo la conclusión de aquellos cincuenta días de fiesta pascual: los cincuenta días son una única fiesta, y en esta única fiesta se incluye todo: la resurrección de Jesús, su glorificación en la vida de Dios, el don del Espíritu. Pero ahora, cuando los tiempos litúrgicos adquieren más forma, los cristianos quieren recordar específicamente las diversas realidades pascuales. Y por eso, siguiendo lo que explica el libro de los Hechos de los Apóstoles, empiezan a celebrar la Ascensión del Señor cuarenta días después de Pascua, un jueves, y el don del Espíritu a los cincuenta días, el domingo de Pentecostés. (Actualmente, en los lugares donde el jueves de la Ascensión ha dejado de ser festivo, esta conmemoración ha pasado al domingo siguiente).