La Liturgia de la Palabra

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La Liturgia de la Palabra se basa en la proclamación y reflexión de la Palabra de Dios y varía según sea o bien domingo o solemnidad, o bien fiesta, memoria o feria.

En el primer caso, hay una primera lectura tomada del Antiguo Testamento –excepto durante el tiempo pascual que se proclaman los Hechos de los Apóstoles–. Sigue el salmo responsorial, con una respuesta cantada por la asamblea. Después se proclama la segunda lectura, tomada básicamente de las cartas apostólicas del Nuevo Testamento. Una vez finalizada la segunda lectura, todos se ponen de pie y se canta el Aleluya –durante la Cuaresma se canta una aclamación en lugar del Aleluya– y se inicia una procesión que se dirigirá hasta el ambón. Entonces se proclama el Evangelio. En el año A se lee básicamente Mateo, en el año B el evangelista Marcos y en el año C san Lucas.

En lo que se refiere a los días laborables (ferias), se proclama una primera lectura, que varía cada dos años (año par y año impar) en el caso del tiempo ordinario, puesto que las lecturas de los tiempos fuertes (Adviento, Navidad-Epifanía, Cuaresma y Pascua) son las mismas cada año, seguida del salmo responsorial y del Evangelio. En tiempo pascual, las lecturas son del Nuevo Testamento, sobre todo de los Hechos de los Apóstoles y del Apocalipsis. En las fiestas, memorias y ferias no hay segunda lectura.

Una vez proclamado el Evangelio, los ministros de la procesión vuelven a sus lugares y la asamblea se sienta. Entonces, el celebrante hace la homilía, que es el comentario y la reflexión de la liturgia del día, sobre todo de la Palabra de Dios que se ha proclamado en esa misa. La finalidad ha de ser una reflexión que aclare, interpele y estimule a la asamblea a perseverar en el camino cristiano.

Cuando el celebrante ha finalizado la homilía es oportuno dejar unos instantes de silencio para la reflexión y para que la celebración eucarística tenga espacios de silencio que compensen los tiempos de palabra y canto. Después la asamblea recita la profesión de fe, ya sea el “Credo Apostólico”, popularmente conocido como el “breve”, o el “Credo Nicenoconstantinopolitano”, denominado comúnmente “largo”.

Al terminar la profesión del símbolo de la fe, se realiza la plegaria universal u oración de los fieles, que incluye una serie de intenciones que el diácono –si lo hay– o un laico o laica introducen y el pueblo responde: “Te lo pedimos, Señor” u otra respuesta parecida. Las intenciones de las plegarias pueden ser variadas, pero se recomienda orar, por lo menos, por la Iglesia y sus pastores, por los pobres, por los gobernantes y por la asamblea reunida en esa Eucaristía. El celebrante termina esta parte con una oración conclusiva. Una vez finalizada, la asamblea toma asiento y termina la Liturgia de la Palabra, para dar paso a la Liturgia de la Eucaristía.