El tiempo de la vida cotidiana

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Sentido

Cuando acaba el tiempo de Navidad, y luego también cuando acaba el tiempo de Pascua, vienen unas semanas –33 o 34– en las que no celebramos ninguna fiesta en especial, sino que vivimos un tiempo más o menos rutinario o cotidiano, que recibe el nombre de “tiempo ordinario”. Puede parecer un título poco sugerente, pero refleja claramente lo que somos nosotros: la sencillez y lo cuotidiano del día a día. Normalmente no tenemos cada día grandes metas o emociones, sino que seguimos un patrón más o menos hecho, como es trabajar, estudiar, descansar, etc. Así, en la liturgia, vivimos estas largas semanas sin celebrar ninguna grande festividad, sino que vamos contemplando día a día el misterio de la salvación y la vida y el ministerio de Jesús. En definitiva, es vivir cada día nuestra fe con sencillez pero con convencimiento. Estas semanas del tiempo ordinario nos ayudan a entender la historia de la salvación manifestada plenamente en Jesucristo. El color litúrgico es el verde.

Desarrollo

Este tiempo litúrgico tiene la peculiaridad de que está partido en dos partes: una primera, que va del final del tiempo de Navidad, en concreto el lunes después de la fiesta del Bautismo del Señor hasta el día antes de empezar la Cuaresma, que es el martes antes del Miércoles de Ceniza. Y una segunda parte, que va del lunes después de la solemnidad de Pentecostés hasta el sábado antes del primer domingo de Adviento. La primera parte, más corta, tiene una duración de entre cinco y nueve semanas, mientras que la segunda parte es la más extensa, entre veinticinco i veintinueve semanas. Cabe señalar, como hechos singulares, que el primer domingo del tiempo ordinario es la fiesta del Bautismo del Señor, que es una fiesta que hace de bisagra entre la Navidad y el tiempo ordinario, ya que en este domingo acabamos la Navidad pero iniciamos el tiempo ordinario. Y aún, después de Pentecostés, los dos domingos siguientes quedan ocupados por las solemnidades de la Santísima Trinidad y la del Cuerpo y la Sangre del Señor, mientras que el último domingo del tiempo ordinario –y del año litúrgico- es la solemnidad de Cristo Rey.

Finalmente, hay un conjunto de fiestas del Señor o de los Santos que, si caen en domingo, pasan por delante del domingo propio del tiempo ordinario. Estas son: la presentación del Señor (2 de febrero), san Juan (24 de junio), san Pedro y san Pablo (29 de junio), Santiago apóstol (25 de julio), la Transfiguración del Señor (6 de agosto), la Asunción de María (15 de agosto), la Exaltación de la santa Cruz (14 de septiembre), Todos los Santos (1 de noviembre), la Conmemoración de los Fieles Difuntos (2 de noviembre) y la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán, catedral de Roma (9 de noviembre). Y también algunas otras como la fiesta del patrono del pueblo o ciudad, del titular de la iglesia o en el caso de los religiosos, la fiesta del fundador.

Vida cristiana

Para vivir cristianamente este tiempo litúrgico no hay ningún secreto especial: se trata básicamente de que todo lo que hacemos durante el día, sea para dar testimonio de nuestra fe. Y esto se hace preparando bien las actividades o realizaciones y que lo hagamos movidos por el amor, aunque la rutina nos haga ir por otros caminos. Es conveniente poner todos los medios para que todo esto que celebramos llegue de la mejor manera posible al pueblo cristiano, o sea, preparar bien las celebraciones y en la  calle dar un buen testimonio como cristianos.