Los Laudes

Laudes

Como nos recuerda la Ordenación General de la Liturgia de las Horas, los Laudes son destinados y ordenados a santificar el tiempo de la mañana, como se puede ver en muchos de sus elementos. Esta índole de oración matinal, la expresa muy bien san Basilio el Grande con estas palabras: “Por la mañana oramos para que nuestras almas y los primeros actos de nuestro pensamiento sean para Dios y no pensemos otra cosa antes de habernos alegrado con el recuerdo de Dios, tal y como está escrito: Me acuerdo de Dios y me conmovía y no hemos 3de empezar el trabajo antes de hacer lo que dice el salmo: Señor, de mañana escuchas mi voz; muy temprano te expongo mi caso, y quedo esperando tu respuesta”.

Esta Hora, que se celebra con la primera luz del día, nos recuerda la resurrección de Jesús, el Señor, que es luz verdadera, que ilumina a todos los hombres y el “Sol de justicia” “que viene de lo alto”. Todo esto hace comprender la advertencia de san Cipriano: “Hemos de orar por la mañana para celebrar la resurrección del Señor con la oración matinal”.

Estructura

Los Laudes empiezan con el verso introductorio: “Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme”, seguido del “Gloria al Padre”, con el “Como era”, y el aleluya (que no se dice en tiempo de Cuaresma). Todo esto se omite en los Laudes, cuando le precede inmediatamente el Invitatorio.

A continuación se canta un himno adecuado. El himno es escogido de manera que dé a cada Hora o fiesta el tono apropiado, sobre todo en la celebración con pueblo, y haga más llana y agradable la entrada en la oración. Después del himno se dice la salmodia. De acuerdo con la tradición de la Iglesia, la salmodia de Laudes consta de un salmo matinal, un cántico del Antiguo Testamento y otro salmo de alabanza. Después de la salmodia se hace la lectura, la breve o una de más larga.

La lectura breve se selecciona según el día, el tiempo o la fiesta; se tiene que leer y escuchar como una verdadera proclamación de la Palabra de Dios, que nos recalca un pensamiento sagrado y nos ayuda a entender mejor alguna frase breve que en la lectura continuada de las Escrituras fácilmente nos pasaría por alto. Las lecturas breves son distintas cada día del ciclo de las cuatro semanas. Siempre, pero sobre todo en la celebración con el pueblo, se puede escoger libremente una lectura bíblica más larga, tomándola del Oficio de Lectura, o de las de la misa, especialmente de aquellos textos que, por cualquier motivo, no han podido ser leídos.

En las celebraciones con el pueblo, si parece oportuno, puede añadirse una breve homilía que explique la lectura. Después de la lectura o de la homilía, si parece oportuno, se puede hacer un momento breve de silencio. Como respuesta a la Palabra de Dios, hay el canto responsorial o responsorio breve, que puede ser omitido, cuando parezca oportuno. También puede ser substituido por otros cantos de la misma índole y finalidad, mientras estén debidamente aprobados con este fin por la Conferencia Episcopal.

Después se dice, con solemnidad, el cántico evangélico con su antífona; en el caso de los Laudes, es el cántico de Zacarías (o Benedictus). Este cántico, confirmado por un uso antiquísimo y popular de la Iglesia romana, expresa la alabanza de la redención y la acción de gracias. La antífona correspondiente a este cántico se indica según el día, el tiempo o la fiesta.

Acabado el cántico, en Laudes se dicen unas plegarias para consagrar al Señor las obras del día. Después de las plegarias, todos dicen el Padrenuestro. Acabado el Padrenuestro, se dice la oración conclusiva, que figura en el ciclo de las cuatro semanas para las ferias del tiempo ordinario y en el propio para los otros días.

Después, si el que preside es el obispo, despide al pueblo y lo bendice como se indica en el Ordinario de esta celebración. Si es un presbítero o un diácono, despide al pueblo con la salutación: “El Señor esté con vosotros” y la bendición, como en la misa. Después añade: “Hermanos, podéis ir en paz”, y se responde: “Demos gracias a Dios”. Cuando no preside un ministro ordenado, la celebración acaba con la invocación: “Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna”.