Las Vísperas

Visperas

Como en los Laudes, las Vísperas, como oración de la tarde, es considerada por una venerable tradición de la Iglesia como el eje del Oficio diario y, por esto, tienen que ser tratadas y celebradas como las Horas principales.

Las Vísperas se celebran al oscurecer, cuando muere el día, a fin de “dar gracias por todo lo que hemos recibido o que hemos hecho rectamente”. Recordamos también la redención, por medio de la oración que levantamos “como incienso en tu presencia” y en la cual “levantamos las manos como ofrenda de la tarde”.

Eso mismo se puede entender más espiritualmente “de aquel sacrificio vespertino que fue dado por nuestro Salvador mientras cenaba con los Apóstoles, cuando inició los misterios sagrados de la Iglesia, o que él mismo ofreció al Padre por todo el mundo la tarde del día siguiente, sacrificio que inauguraba la etapa final de toda la historia”. Y, para que sepamos centrar nuestra esperanza en aquella luz que no tiene ocaso, “oramos y pedimos que venga sobre nosotros la luz, pedimos que vuelva Cristo y nos dé la gracia de una luz eterna”.

Por fin, en esta Hora, decimos al unísono con las Iglesias orientales: “Oh luz gozosa, de la santa gloria del Padre celeste inmortal, santo y feliz Jesucristo. Al llegar el ocaso del sol, contemplando la luz de la tarde, cantamos al Padre y al Hijo y al Espíritu de Dios”.

Estructura

Tiene, prácticamente, la misma estructura que los Laudes. Así pues, empiezan con el verso introductorio: “Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme”, seguido del “Gloria al Padre”, con el “Como era”, y el aleluya (que no se dice en tiempo de Cuaresma).

A continuación se canta un himno adecuado. El himno es escogido de manera que dé a cada Hora o fiesta el tono apropiado, sobre todo en la celebración con pueblo, y haga más llana y agradable la entrada en la oración. Después del himno se dice la salmodia. De acuerdo con la tradición de la Iglesia, la salmodia de Vísperas consta de dos salmos, o dos fragmentos de un salmo más largo, apropiados a la Hora y a la celebración con el pueblo, y de un cántico de las Cartas de los Apóstoles o del Apocalipsis. Después de la salmodia se hace la lectura, la breve o una de más larga.

La lectura breve se selecciona según el día, el tiempo o la fiesta; se tiene que leer y escuchar como una verdadera proclamación de la Palabra de Dios, que nos recalca un pensamiento sagrado y nos ayuda a entender mejor alguna frase breve que en la lectura continuada de las Escrituras fácilmente nos pasaría por alto. Las lecturas breves son distintas cada día del ciclo de las cuatro semanas. Siempre, pero sobre todo en la celebración con el pueblo, se puede escoger libremente una lectura bíblica más larga, tomándola del Oficio de Lectura, o de las de la misa, especialmente de aquellos textos que, por cualquier motivo, no han podido ser leídos.

En las celebraciones con el pueblo, si parece oportuno, puede añadirse una breve homilía que explique la lectura. Después de la lectura o de la homilía, si parece oportuno, se puede hacer un momento breve de silencio. Como respuesta a la Palabra de Dios, está el canto responsorial o responsorio breve, que puede ser omitido, cuando parezca oportuno. También puede ser sustituido por otros cantos de la misma índole y finalidad, mientras estén debidamente aprobados con este fin por la Conferencia Episcopal.

Después se dice, con solemnidad, el cántico evangélico con su antífona, que en el caso de las Vísperas es el cántico de María (o Magníficat). Este cántico, confirmado por un uso antiquísimo y popular de la Iglesia romana, expresa la alabanza de la redención y la acción de gracias. La antífona correspondiente a este cántico se indica según el día, el tiempo o la fiesta.

Acabado el cántico, tienen lugar unas plegarias de intercesión. Después de las plegarias, todos dicen el Padrenuestro. Acabado el Padrenuestro, se dice la oración conclusiva, que figura en el ciclo de las cuatro semanas para las ferias del tiempo ordinario y en el propio para los otros días.

Después, si el que preside es el obispo, despide al pueblo y lo bendice como se indica en el Ordinario de esta celebración. Si es un presbítero o un diácono, despide al pueblo con la salutación: “El Señor esté con vosotros” y la bendición, como en la misa. Después añade: “Hermanos, podéis ir en paz”, y se responde: “Demos gracias a Dios”. Cuando no preside un ministro ordenado, la celebración acaba con la invocación: “Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna”.