Los días centrales del año

351 els dies centrals de l'any

Estos días son los más importantes de todo el año litúrgico, sobre todo el Triduo PascualJueves Santo, Viernes Santo y Vigilia Pascual–. Los días anteriores son una preparación.

La Semana Santa tiene su pórtico y su inicio en el Domingo de Ramos o de la Pasión del Señor. En él, conmemoramos, en primer lugar, la entrada solemne de Jesús en Jerusalén, aclamado por el pueblo como rey de Israel y bendito en nombre del Señor. Seguirán Lunes Santo, Martes Santo y Miércoles Santo, en que nos iremos preparando para la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo. Seguidamente tendremos el Jueves Santo por la mañana y ya finalmente, el Triduo Pascual, desde el Jueves Santo por la tarde hasta el Domingo de Pascua de resurrección.

Domingo de Ramos

Es el día que abre el pórtico de la Semana Santa, el domingo en que conmemoramos dos hechos: la entrada solemne de Jesús en Jerusalén, aclamado por el pueblo y, en segundo lugar, su pasión y muerte en cruz. De aquí viene que este domingo tenga dos títulos: “Domingo de Ramos” y “Domingo de la Pasión del Señor”.

La liturgia de este domingo es muy variada y empieza con la bendición de los ramos o palmas, leyendo el evangelio que habla de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. En cambio, en la eucaristía que sigue, contemplamos la pasión y la muerte de Jesús, según el evangelista que toque en cada ciclo. El color de los ornamentos es el rojo.

Lunes Santo, Martes Santo, Miércoles Santo

Son las ferias de la Semana Santa y no es permitido celebrar ninguna solemnidad, fiesta o memoria. Forman parte de la Cuaresma y los textos nos hablan de los preparativos para la cena pascual y el anuncio de la traición de Jesús por parte de Judas Iscariote. El color de los ornamentos es el morado.

Jueves Santo (mañana)

El Jueves Santo por la mañana no tiene misa ferial. Por tanto, en las comunidades parroquiales o conventuales no hay eucaristía, si bien sí hay una sola misa en cada diócesis: la Misa del Crisma o Misa Crismal. Se celebra en la iglesia catedral, presidida por el obispo diocesano. En ella, el obispo y los presbíteros renuevan sus promesas sacerdotales que hicieron un día en sus ordenaciones y, a la vez, se bendice el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos y se consagra el santo Crisma. Esta missa, de todos modos, si parece conveniente, se puede trasladar a uno de los días anteriores.

Jueves Santo (tarde)

El Jueves Santo por la tarde o al anochecer nos reunimos para conmemorar la última cena de Jesús, que viene a ser un resumen o una introducción a todo lo que viviremos durante los tres días siguientes.

Jesús, en aquella cena última, muestra con el signo del lavatorio de los pies, cuál era el sentido de su vida, y cuál quería que fuera el sentido de la vida de sus discípulos: la entrega total por los demás. Y después, les deja otro signo que es una invitación a la fe y a la confianza: les da el pan y el vino anunciándoles que cada vez que se reúnan y celebren aquel mismo signo, él se hará presente entre ellos como fuente de vida para siempre. Recordar y revivir estos hechos es una invitación a vivir la entrega de Jesús, a valorar la Eucaristía y también el ministerio de quienes la presiden, a poner el amor por encima de todo, a no olvidar jamás la llamada a servir a los pobres. Al final de la celebración, reservamos la Eucaristía para la comunión del día siguiente, y este acto es para todos una invitación a manifestar nuestra fe en la presencia de Jesús.

Viernes Santo

El Viernes Santo conmemoramos la pasión y la muerte de Jesús. Lo hacemos, sobre todo, mediante la celebración litúrgica de este día, que es una celebración de características especiales. Hoy, en efecto, no celebramos la Eucaristía, porque esperamos poder celebrarla con toda la alegría la Noche de Pascua. El color de la celebración de hoy es el rojo, porque no celebramos el funeral de Jesús, sino su testimonio fiel hasta el final. En la celebración, después de una entrada en silencio, llena de emoción y espíritu de oración, escuchamos las lecturas, entre las que destaca la de la Pasión, que leemos según el evangelio de Juan; después, decimos la plegaria universal, muy amplia y abierta al mundo entero; después, en el momento central de la celebración, adoramos con fe y agradecimiento la cruz de Jesús; y finalmente comulgamos del pan consagrado ayer. Hoy es un día, pues, para reafirmar nuestra adhesión al camino de Jesús, nuestro convencimiento de que solo en él encontramos la salvación, y nuestra solidaridad con todo el dolor que tantos hombres y mujeres sufren en este mundo nuestro.

Sábado Santo

El Sábado Santo es el día del silencio y de la espera. Jesús está en el sepulcro, y toda la Iglesia acompaña a su Señor que ha entregado la vida, con la confianza de que esta vida dará un fruto inagotable. Hoy es el día, dicen los textos antiguos, en que Jesús «descendió a los infiernos»: no nos quieren decir que Jesús fue al lugar de los condenados, sino que, antiguamente, la palabra «infiernos» se refería al lugar donde los muertos esperaban alguna luz que les liberara. Jesús desciende al lugar de la muerte, como todos los hombres y mujeres, pero su descenso es para llamar a todos a iniciar una nueva vida, la vida nueva de la resurrección.